La lucha del juego contra la religión en la Nueva España

Los juegos de azar más conocidos en el continente americano son, indudablemente, los que tienen que ver con la baraja o los dados, una autentica herencia de los colonizadores que pasaban horas en las embarcaciones tratando de divertirse ante el largo viaje hacia el territorio conquistado, aunque esto no quiere decir que las propias culturas prehispánicas no tuvieran sus propios métodos de esparcimiento y diversión.

En el mundo prehispánico, el Patolli era una de las formas preferidas para apostar, este juego consistía en un tablero en forma de cruz dividido en casillas, sobre una tabla era marcado un cuadrado segmentado por dos líneas diagonales y otro par de líneas transversales, sobre esa tela se echaban frijoles grandes perforados y según la posición en la que quedaran con relación a las líneas, los oponentes ganaban.

Ese es el primer acercamiento de los habitantes del ahora territorio mexicano con los juegos de azar, pero junto con la llegada de los conquistadores, nuevas variantes como los albures, dados, oca o cubilete, nuevas variantes que se heredaron en una constante lucha contra la religión, que consideraba los juegos de azar como pervertidores.

Incluso hay registro de una cantidad importante de cédulas, decretos y edictos en los que se buscaba erradicar, probablemente ante una pasión grande por de los novohispanos por las apuestas.

Los nativos aprendieron a disfrutar de los juegos de azar traídos por los europeos, de tal suerte que en poco tiempo estos se convirtieron en una parte esencial de la vida cotidiana novohispana, aunque también trajo problemas derivados del abuso del alcohol, por lo que las autoridades se vieron en la obligación de prohibirlos y a partir de ese momento las reuniones con juegos de azar comenzaron a realizarse de forma furtiva.

La realidad es que existió un amplio intento del gobierno para limitar la práctica de los juegos de azar, las penas por incurrir en el juego llegaron a ser hasta de mil pesos o bien, destierro perpetuo; sin embargo, era muy complejo demostrar la participación de alguien, por lo que no podía aplicarse la ley de forma rigurosa.

Ante las dificultades generadas por los juegos clandestinos, el rey Carlos III y el virrey Francisco de Croix aprobaron en 1770 el proyecto de la Real Lotería en la Nueva España, algo similar a las que ya existían en Nápoles, Inglaterra y Holanda, aunque con sistemas mucho más simples que contemplaban impresión de billetes, premios, reglas y ganancias.

No conforme con ello, la corona decidió quedarse a su favor con la fabricación y venta de naipes de juego, para así obtener un beneficio económico de algo que parecía imposible de erradicar, más se encontraron con una nueva dificultad: la creación de cartas fuera de la ley.

Un año más tarde se realizó el primer sorteo en el salón de cabildos del Ayuntamiento de la Ciudad de México con un premio mayor de 10 mil pesos.

El sorteo contó con la presencia de alguien encargado de dar fe al mismo, protectores de los billetes en las ciudades, sellos exclusivos para evitar falsificaciones, además de algunos jóvenes que aparecieron vestidos de azul, quienes eran los encargados de mover las máquinas, sacar cédulas y anunciar los números ganadores, desde entonces ya existieron los llamados “niños gritones”.

Cabe agregar que también se contaba con la presencia de las autoridades coloniales para que el juego tuviera legalidad, lo que también ayudó a cimentar las bases para una ley como la que hay actualmente.

Es importante agregar que uno de los sectores de la sociedad novohispana que tenía una mayor imagen negativa derivado del tiempo que invertían en los juegos de azar era el de los mineros, a quienes diversos relatos de la época catalogaban como “propensos a la ociosidad”.

“El dinero ganado rápidamente se gasta con la misma facilidad. El beneficio de las minas viene a ser un juego, en el cual se ceban con una pasión desenfrenada”, expresó Alexander von Humboldt en uno de sus textos sobre la Nueva España.

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